Una empresa comienza con los sueños de grandeza de alguien para enfrentarse poco después con números que no había tomado en cuenta en su planificación de inversión ni en su conteo de activos: las estadísticas con los trabajadores.

La realidad actual nos pone de frente a dos porcentajes, ambos de ellos bastante peligrosos:

¿Qué hacemos al respecto para que el ROI no termine siendo parte de un cuento de hadas? Inyectar felicidad en tu equipo de colaboradores parece ser la opción ineludible para empezar a revertir ambos porcentajes de forma tal que tu inversión no se siga yendo por el drenaje.

En medio de las opciones que han ido surgiendo a lo largo de los años: mayor sueldo, ascensos y bonos, se ha colado una invitada que hubiera parecido una atrevida intrusa en otros tiempos: la gamificación.

¿Ponerse a jugar en la empresa? ¿No se supone que les pagamos a nuestros colaboradores precisamente para que produzcan, produzcan y produzcan, y que les llamen la atención a los que se encuentran jugueteando en vez de estar produciendo?

Bueno, en un contexto tayloriano esa sería la respuesta correcta. Sin embargo, convengamos que la alienación del ser humano ha pasado un poquito de moda y ahora hemos entendido, o estamos en proceso de hacerlo, que para lograr la productividad, primero tenemos que concentrarnos en la felicidad de nuestros trabajadores. Y por cierto, su denominación ha cambiado para colaboradores.

Durante un tiempo, y no muy lejano, los empresarios apelaron al dinero y a las recompensas para atraer y retener el talento en sus organizaciones. El resultado fue personas ganando un entorno de cinco mil dólares mensuales (nada mal, por cierto), pero convirtiendo el concepto de full time en algo más que en ocho horas, e incluso en algo que lograba trascender lo inconcebible de las doce: me consta que empleados encargados del área de ingeniería o administración (áreas que evidentemente no son de vida o muerte, no al menos en cuestión de seis o siete horas) recibían llamadas a horas tan indiscretas como las tres de la mañana, con una orden expresa de presentarse en la compañía a solucionar un problema.

La pregunta que las siguientes generaciones, conformadas por los hijos que vieron a sus padres (o mejor dicho no los vieron) trabajar día y noche, fue la de para qué servía tanto dinero si en definitiva no lograban aumentar la calidad de vida. Por lo tanto, cuando les llegó la hora de trabajar, ya no fue tan sencillo engatusarlos con una cuantiosa cantidad de dinero. Se probó con los incentivos y con otras bondades, pero pronto su efectividad se diluyó, al igual que el talento, el cual emigró a la competencia.

Hoy sabemos que las personas quieren ser felices, y esto no pasa por ganar miles de dólares para postergar la felicidad hasta las ocho o nueve de la noche, momento en que llegan a casa, sino por ser felices de nueve a cinco y de cinco a nueve. Fue entonces que la gamificación cobró una importancia vital para retener el talento y hacer que este florezca, ya que de nada sirve contar con colaboradores talentosos si es que estos están agotados.

¿Por qué la gamificación nos hace felices? ¡Exploremos en los motivos!

El juego y la felicidad

La gamificación genera un vínculo cercano entre la organización y la persona, ya que sus efectos no se limitan a lograr un mejor rendimiento, sino que trascienden las barreras de la jornada laboral e impactan directamente en la vida del colaborador, transformándola en algo mucho mejor de lo que es.

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